Fecha
Jueves, 20 de junio de 2024.
Horario
19 horas
Lo dijo con la mano, ¿cierto? es un ciclo curatorial concentrado en los usos performáticos y expandidos de lo literario en las artes vivas donde performers y bailarines se cuestionan sobre la cinética del lenguaje y su uso en múltiples relaciones con el movimiento.
Tornamesa y sampleos por Arrturra
Créditos de la imagen: Erika Manning.
Paulina Grange indaga en los actos del lenguaje desde el conocimiento corporal, a través de procesos que estimulan el pensamiento crítico-sensible y sus diversas maneras de apropiación y resignificación. Su trabajo con el cuerpo se ha desarrollado a través de la investigación en el entrenamiento del butoh, la antropología y el psicoanálisis. Estas exploraciones han sugerido preguntas sobre la disposición a la transformación que la han llevado a experimentar el cuerpo sutil desde la escritura, la escucha, la sonoridad de la voz y la creación visual. Su sensibilización teórica toma forma en el posgrado en Antropología del arte y en múltiples acercamientos a procesos transdisciplinarios de investigación, experimentación y producción artística en espacios que indagan en pedagogías de lo común. Es a través del movimiento y de la creación escénica que encuentra un ejercicio de reflexión y creatividad. Actualmente, gestiona en colectivo una casa al sur de la Ciudad de México, abierta a la exploración artística multidisciplinaria.
No llegar es también un destino
Paulina Grange
Iluminación: Lauri Abad
Acompañamiento sonoro: Arturo Mejía
La primera impresión que tuve al ver a Paulina interpretar No llegar es también un destino fue que, de alguna manera, lograba moverse en varias direcciones a la vez. Ahora pienso que esta impresión se debe a cómo su rostro, que siempre mantuvo un semblante inexpresivo (incluso cuando llegó a respirar enérgicamente por la boca debido al esfuerzo), reflejaba la intención de una trayectoria, mientras que los movimientos de su cuerpo, siempre activos o en máxima tensión, se dirigían hacia otra u otras direcciones.
En un tercer momento de la obra, toma una hoja del piso y trata de leer a un micrófono lo que suponemos que ahí está escrito, produciendo una serie de balbuceos y sonidos desarticulados. Toma otra hoja, camina a otro lado del escenario donde, después de subir una escalera, encuentra otro micrófono y vuelve a producir otra vez, pero diferente, sonidos que no logran articularse en un enunciado con sentido.
Su mirada “lee”, pero su cuerpo modula la información para transformarla, ¿en qué? Este mismo procedimiento nos da un mapa del tono de la obra: hay un elemento que se percibe con la mirada, con el rostro –ya sea algo escrito en una hoja, ya sea el espacio– que la artista traduce en inflexiones corporales, ahora con la voz, ahora con la musculatura.
Paulina nos cuenta en una entrevista que durante la planeación de esta pieza estuvo viendo mucha pintura, de ahí la idea de pensar un tema. Esto planteó para ella cuestiones que no se dirigieron inmediatamente hacia el movimiento ni hacia la forma, sino que produjeron una intención en el momento escénico y le dieron tanto tono como contenido.
Su referencia a la pintura me hace pensar en el concepto de diagrama, que es la catástrofe necesaria por la que lx pintorx hace pasar los clichés que están tanto en su mente como en el lienzo en blanco, justo antes del momento de comenzar la obra. El diagrama es un momento material, un manchado dirigido por la mano y no por el ojo, una borradura. Es una lucha contra toda referencia figurativa y narrativa[1].
En este sentido, No llegar es también un destino es un diagrama, pero aplicado al movimiento en escena: Paulina percibe el espacio del escenario, pero se rehúsa con cada movimiento a reiterarlo. Si mira constantemente al público, es porque reafirma tanto su consciencia en la escena como la constancia de no estar dejándose llevar por una experiencia introspectiva. Pero también ocurre en esta obra que el diagrama es conjurado en el tiempo: la artista no sólo evita posturas figurativas, también que sus movimientos se repitan y de esta manera generen ritmos o temas. Esto se hace muy evidente en el segundo momento de la obra, cuando performa sobre la silla, la cual tiene un micrófono adherido que es percutido por los movimientos de sus brazos, de sus piernas, por los cambios de peso y de postura: nada de esto produce una secuencia sonora distinguible.
El acompañamiento sonoro (que, por su complejidad, merecería un análisis aparte) mantiene una forma más o menos constante, que consiste en un sonido bajo en el que fluctúa un poco de frecuencia, sirve como una especie de base sobre la que ocurren una serie de clicks más agudos que aparecen en diferentes secuencias, cambiando de tono y de cercanía, pero que parecen no repetirse de manera idéntica. Este modo se mantiene hasta el último movimiento de la obra, donde los sonidos se van transformando, convirtiéndose en la forma en la que suena la batería de una canción techno. Paulina empata sus movimientos con este ritmo y se conduce por entre el público para dar por terminada la obra.
[1] Gilles Deleuze, Pintura, el concepto de diagrama. Ed. Cactus, Argentina. p. 67 y ss.
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