Lo dijo con la mano, ¿cierto?_05_Genealogías de la voz, de Ana Paula Santana 

Ciclo de literatura performática

Fecha

Jueves, 18 de julio de 2024.

Horario

19:00 h

Lo dijo con la mano, ¿cierto?  es un ciclo curatorial concentrado en los usos performáticos y expandidos de lo literario en las artes vivas donde performers y bailarines se cuestionan sobre la cinética del lenguaje y su uso en múltiples relaciones con el movimiento.

 

En la quinta y última sesión Ana Paula Santana presenta Genealogías de la voz (2024).
Esta pieza se desprende de una investigación a largo plazo de la artista sobre la voz humana. En ella Santana reflexiona y analiza la voz como una herramienta de autopercepción, identidad y conexión social, a través de actos sonoro-performáticos que sintetizan interrogantes esenciales: la percepción de la propia voz, la relación entre cuerpo y materia audible, así como el vínculo simpático de resonancia con el entorno.  

 

Artista invitada

Ana Paula Santana. Artista radicada en Guadalajara que trabaja en los campos de arte sonoro, música experimental, gráfica, cerámica, video e instalación. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, con un diplomado en Creación Literaria por la SOGEM México y un máster en Arte Sonoro por la Universidad de Barcelona. Fue beneficiaria de Jóvenes Creadores en los años 2016 y 2018; en 2020 le fue otorgado el reconocimiento Creadores de Paz por el proyecto Resiliencia. Su obra ha sido exhibida en el Museo de Arte de Zapopan, Ex Teresa Arte Actual, Museo Anahuacalli, Bienal FEMSA, Festival In-Sonora. Ha sido artista residente en Bemis Center for Contemporary Arts, SOMA y en este verano en Art Omi. Utiliza el pseudónimo Ana Fauna para producciones musicales y actos en vivo. Es fundadora y directora de O.Y.E. Oficio y Experimentación, un espacio para la difusión y formación de arte y sonido en Zapopan, Jalisco. 

CRÓNICA

Hablar sobre la voz. A partir de Genealogías de la voz de Ana Paula Santana.

Jaime González Solís

El secreto sonoro de la muda [de la voz] masculina es el sexo que madura; la gravedad de la voz sólo es su secreción sonora

Pascal Quignard

Es común que el hecho de escuchar nuestra voz grabada nos confronte con nosotrxs mismxs. Esta experiencia fundamental, la primera escucha de la voz propia como ajena, suele resultar en un desajuste profundo. ¿Esa es mi voz? Recuerdo el primer espasmo, pero ahora es diferente. Ahora me gusta. Incluso me busco en ella, a veces me sorprendo reproduciendo los mensajes de voz que mando sólo por escucharlos, para reconocerme en ellos.

Al principio, no. Huía de escucharla cuando era posible. Digo al principio para referirme al momento en que cambió, cuando me cayó encima la pubertad y en el cuello me creció algo, un bulto: con él, la voz se hizo grave. Coincidió con el momento en que comencé a escucharla en grabaciones. Me causaba una tensión de esas que te hacen moverte involuntariamente, dejar la habitación en donde suena, escapar de ahí.

Creo que el problema fue identificar algo extraño y a la vez reconocible en ella. Algo de lo que yo mismo no era consciente sino por cómo me trataban los demás. Algo que se hacía más evidente en contraste con el nuevo registro de bajo: en ella se adivinaba el anhelo de la delicadeza. El signo de la mariconización. El motivo del peligro. Si no la escuchaba en grabación, no alcanzaba a sentirlo. La voz que era mía, la que yo escuchaba, estaba a salvo. La que escuchaban los demás, me ponía en riesgo.

La práctica de Ana Paula Santana ha abordado una investigación sostenida sobre la voz humana. Sus reflexiones abren aquello que nos vincula con nuestra propia animalidad, sus cualidades, contradicciones y potencias. Las preguntas con las que se involucra plantean a la voz como potenciadora de una relación fundamental con nosotros mismos y con lo que hay más allá de nuestros bordes. Esa herramienta define nuestro ser en el mundo y habilita un modo de repercutir en otros sujetos, cosas y espacios, a la vez de dejarnos afectar por ellos.

En mi memoria, porosa y borrosa, recuerdo un vaivén de la atención durante el desarrollo de la pieza en el escenario. En esa silla, con la luz apagada y con una mano en la pluma y otra en la libreta, se abrían puertas que iban más allá de mí. Estas me vinculaban con provocaciones de imágenes, sonidos y textualidades lanzadas sobre el escenario que tenían sentido en una suerte de universo personal referencial. ¿Cómo me atraviesa la provocación sobre la voz? ¿Por qué me atrae tanto pensar en ella como tema?

Ninguna de las notas que hice ese día me sirvió. Me ayudaron más los residuos de la sensación que quedó registrada en mi cuerpo, impresa como manchas de luz en la memoria, que me permitió, días después, escucharla de nuevo y buscarla en otras voces, en otras experiencias, en otras personas.

Y es que cuando queremos escuchar con precisión, lo que vemos desaparece. Cerramos los ojos o desenfocamos la mirada como si no hubiera en el cerebro espacio para dos estímulos simultáneos; la escucha encuentra un lugar íntimo en él. En ese momento de atención suspendida suelen suscitarse vínculos y relaciones, obsesiones e ideas.

En este texto procuro abrir la pregunta sobre la voz en un ir y venir entre eso que sucedía en el escenario y lo que esa escucha entrecortada alcanzaba a evocar en el terreno de lo sensible.

 

La voz como objeto…

Hablar de la voz es hablar de escucha e intimidad, de color y textura, de cualidades sonoras que se aprenden a distinguir con la repetición que la curiosidad permite. ¿Cuál es el color? ¿Cuál es la textura? ¿Qué es lo que me gusta de esa voz? Más allá de su sintaxis y del reconocimiento de sus elementos formales, hablar de voz es hablar de determinación. Tener voz es tener agencia.

Qué improbable que la evolución le haya concedido al ser humano desarrollar una voz como la que tiene.

Hablar de la voz es paradójico porque mientras uno lo piensa, el medio que articula el discurso se convierte en su objeto. Poco a poco uno se va haciendo más consciente de las características formales que distinguen a las voces y de cómo podrían influir en la interpretación de lo que se dice.

Incluso cuando el discurso está escrito y pareciera que no es la voz el medio de su enunciación, ¿no se aparece dentro una voz que sigue las palabras que los ojos leen sobre los renglones?

Cuando pensamos en la voz, el cuerpo existe en calidad de instrumento que la produce, está en función de ella. Las posibilidades de la voz de un cuerpo/instrumento en desequilibrio. Las imposibilidades de la voz de un cuerpo/instrumento agitado. La voz del cuerpo/instrumento invertido, torcido.

La cantante de ópera Jessye Norman decía que cantar, y cualquier tipo de emisión vocal, representa únicamente una forma diferente de respirar. Respirar con obstáculos. Una hendidura que se cierra, viento que acaricia y percute, mucosa que lubrica. Ondas como las olas del mar en un líquido contenido bajo una diminuta capa epitelial que recubre las cuerdas vocales.

Somos cajas de resonancia flexibles que producen sonidos también flexibles.

Después de probar con las posibilidades de la voz, Paulina (la bailarina) tomó un libro y se sentó a leer un fragmento: la voz apareció sostenida para volver a reparar en su objetualidad. La voz como medio de la reflexión de la voz. En el libro que leyó, Resonancia siniestra de David Toop, el autor traza una historia del sonido antes de la tecnología de la grabación: esos residuos que se alcanzan a registrar en la literatura, en la imagen, que permanecen con nosotros como fantasmas del sonido de ese tiempo, muchas veces silencioso.

¿Un susurro es una manifestación de la voz o su ausencia?

En uno de los fragmentos, el autor describe sonidos ausentes. Una no-escucha, la descripción de algo que, por definición, no suena. Esta presencia es descrita mediante imágenes: la nieve al caer sobre la nieve, el sonido del silencio como un ave que desciende sobre una ciudad o las orejas cortadas. Ausencia de percepción. La escucha siniestra de una voz interior que nadie produce, pero que resuena en algún lugar dentro de la cabeza.

¿Cuál es la escucha que la voz demanda?

Esta voz me parece sugerente, la que aparece para acompañarnos. Mientras Paulina se encuentra ahí sentada, dejo de escuchar lo que dice para reparar en su voz. Su voz en el escenario, su voz amplificada por el micrófono.

La voz de la acción…

Esta es la primera iteración performática de la obra de Ana Paula Santana en relación con la voz. Las reflexiones anteriores se habían materializado en múltiples formatos con lenguajes mediales diversos, fincados en la potencia de identificación tanto del testimonio como de la entrevista. Reconciliarse con la propia voz. ¿Cuáles son las características que corresponden a lo performático y cuáles al sonido? ¿Cómo traducir la experiencia de una voz grave que se pregunta por sí misma al lenguaje de lo vivo?

En esta pieza, Ana Paula optó por un desarrollo esquemático que mezcla las implicaciones de la literatura que existe sobre la voz con hallazgos propios. La voz es sobre todo entraña. En esta primera versión eché de menos una escucha sensible, una referencia a la voz desgarrada que te cruza. Tal vez por eso, la atención diferenciada me llevó al lugar conocido, al lugar afectivo: traducir lo animal con mi animalidad, traducir sonido externo con mi idea de aquello. ¿Cuál es la voz de la acción performática?

Pensé de nuevo en cómo fue que dejé de odiar mi voz. Me vinieron algunas imágenes, pero seguro recompuestas a cachos con ficción. Después seguí otras pistas, escuché otras voces, esas mismas que surgieron en mi atención durante la pieza.

En una escena de la obra Cuir Love, Dante Ureta nos compartió un testimonio sobre su voz. En 2016, antes de su transición, se grabó cantando I Can’t Help Falling in love with you de Elvis Presley con una voz femenina de mezzosoprano y acompañadx de un ukulele. Cuando terminó el video, Dante cantó frente a nosotrxs la misma canción, esta vez con su nueva voz de tenor. Una muda de voz compleja, un cambio tonal como consecuencia de la convicción de ser quien se es. Una voz con historia.

Pascal Quignard piensa en la muda de la voz masculina durante la pubertad a partir de la vida del violista del siglo XVIII Marin Marais, quien se convirtió en instrumentista tras asimilar la expulsión del coro debido a su muda de voz. El escritor piensa en ese cambio como un quiebre fundamental para la identidad masculina. Para el autor francés, el despojo de la voz de soprano de lxs varones en el ocaso de la niñez significa una pérdida irreconciliable que Marais intentó reparar replicando el sonido perdido en sus composiciones para viola. Esta interpretación podría representar un contraste frente a la teoría freudiana de la envidia de la mujer al pene y se contrapone con una envidia fundamental del hombre sobre el registro agudo de la mujer. Una envidia que encuentra consuelo en la composición y que haría de la música de los varones una suerte prótesis nostálgica.

La experiencia de Dante y la lectura de Quignard me hicieron pensar en mi historia. Durante mucho tiempo estudié canto, pero nunca quise realmente ser cantante. El estudio me permitía relacionarme con la música y con los demás. Escucharme empezó a ser familiar. El estudio era básicamente repetición: una escala ascendente diario al vocalizar, luego una descendente, luego notas largas. Una y otra vez hasta que se vuelve familiar y se hace manejable.

Quizá reconciliarme con mi voz no sucedió únicamente a base de repeticiones: implicó reconciliarme con mi deseo. Cuando se está con alguien, la voz lubrica los afectos y suaviza el tiempo. La distancia corta no requiere que la fonación tenga volumen, pero encuentra recovecos insospechados en su sonido bajo.

Reconociéndome a mí mismo frente a alguien más, me di cuenta de que, en la cercanía, las voces adquieren una nueva dimensión: se alcanzan a sentir húmedas y cálidas. Siguiendo y no a Quignard, pensé en aquel rechazo físico y en el reconocimiento presente. Quizá me reconcilié con mi voz cuando me reconcilié con mi sexo, con eso que me movía la entraña y que no podía negar, que me llevaba a abrir otras puertas de mi cuerpo, otras fronteras de mi relación con los otros. La voz como secreción y espacio de posibilidad que cruza la piel y me permite ser quien soy en este mundo sin la aberración impuesta.

Postdata…

Mientras pensaba lo que desata en mí el pensamiento sobre la voz, se me vinieron muchas imágenes, sonidos, recuerdos y evocaciones: las sirenas y su presencia mítica en la literatura como predadoras que se defienden con la voz de quien osa pretender dominar las aguas. La voz de Andy Warhol recreada por inteligencia artificial en la serie de Netflix sobre sus diarios y cómo su presencia hacía todo más familiar, más amigable. Mladen Dólar y su anécdota del pelotón de infantería italiano en la primera guerra mundial que no atendió la llamada al ataque por apreciar la voz del general que lo ordenaba. Mi historia personal con el canto y cómo me dejó una huella compleja de inseguridad muy aventada.

Pero la anécdota que más aprecio haber invocado con esta pieza, con la que quiero cerrar este texto, es la de la voz que me robaron. Por ahí de 2014, con un cristalazo de carro, se llevaron la computadora. Con ella, perdí la última grabación que hice en 2006, a escondidas, de mi abuela recitando una lección que se aprendió de memoria desde que estudió la primaria en la década de los treinta. A todos nos causaba asombro que se la supiera todavía al pie de la letra a sus 80 años. La voz grave y cansada, pero la cadencia exacta que requería hablar de los niños que marchan a la escuela. La escuela es un sol, terminaba el poema. Extraño esa voz. La extraño en su cercanía. Todavía, incluso ahora, la puedo seguir escuchando.